Esta sal del salero yo la vi en los salares. Sé que no van a creerme, pero canta, canta la sal, la piel de los salares, canta con una boca ahogada por la tierra. Me estremecí en aquellas soledades cuando escuché la voz de la sal en el desierto. Cerca de Antofagasta toda la pampa salitrosa suena: es una voz quebrada, un lastimero canto.
Luego en sus cavidades la sal gema, montaña de una luz enterrada, catedral transparente, cristal del mar, olvido de las olas.
Y luego en cada mesa de ese mundo, sal, tu substancia ágil espolvoreando la luz vital sobre los alimentos. Preservadora de las antiguas bodegas del navío, descubridora fuiste en el océano, materia adelantada en los desconocidos, entreabiertos senderos de la espuma.
Polvo del mar, la lengua de ti recibe un beso de la noche marina: el gusto funde en cada sazonado manjar tu oceanía y así la mínima, la minúscula ola del salero nos enseña no sólo su doméstica blancura, sino el sabor central del infinito.