Juegan, juegan. Agachados, arrugados, decrépitos. Este hombre torvo junto a los mares de su patria, más lejana que el sol, cantó bellas canciones. Canción de la belleza de la tierra, canción de la belleza de la Amada, canción, canción que no precisa fin. Este otro de la mano en la frente, pálido como la última hoja de un árbol, debe tener hijas rubias de carne apretada, granada, rosada. Juegan, juegan. Los miro entre la vaga bruma del gas y el humo. Y mirando estos hombres sé que la vida es triste.