No te toque la noche ni el aire ni la aurora, sólo la tierra, la virtud de los racimos, las manzanas que crecen oyendo el agua pura, el barro y las resinas de tu país fragante.
Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos hasta tus pies creados para mí en la Frontera eres la greda oscura que conozco: en tus caderas toco de nuevo todo el trigo.
Tal vez tú no sabías, araucana, que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos mi corazón quedó recordando tu boca,
y fui como un herido por las calles hasta que comprendí que había encontrado, amor, mi territorio de besos y volcanes.