Qué esperanza considerar, qué presagio puro, qué definitivo beso enterrar en el corazón, someter en los orígenes del desamparo y la inteligencia, suave y seguro sobre las aguas eternamente turbadas?
Qué vitales, rápidas alas de un nuevo ángel de sueños instalar en mis hombros desnudos para seguridad perpetua, de tal manera que el camino entre las estrellas de la muerte sea un violento vuelo comenzado desde hace muchos días y meses y siglos?
Tal vez la debilidad natural de los seres recelosos y ansiosos busca de súbito permanencia en el tiempo y límites en la tierra, tal vez las fatigas y las edades acumuladas implacablemente se extienden como la ola lunar de un océano recién creado sobre litorales y tierras angustiosamente desiertas.
Ay, que lo que yo soy siga existiendo y cesando de existir, y que mi obediencia se ordene con tales condiciones de hierro que el temblor de las muertes y de los nacimientos no conmueva el profundo sitio que quiero reservar para mí eternamente.
Sea, pues, lo que soy, en alguna parte y en todo tiempo, establecido y asegurado y ardiente testigo, cuidadosamente destruyéndose y preservándose incesantemente, evidentemente empeñado en su deber original.