Tienes del archipiélago las hebras del alerce, la carne trabajada por los siglos del tiempo, venas que conocieron el mar de las maderas, sangre verde caída de cielo a la memoria.
Nadie recogerá mi corazón perdido entre tantas raíces, en la amarga frescura del sol multiplicado por la furia del agua, allí vive la sombra que no viaja conmigo.
Por eso tú saliste del Sur como una isla poblada y coronada por plumas y maderas y yo sentí el aroma de los bosques errantes,
hallé la miel oscura que conocí en la selva, y toqué en tus caderas los pétalos sombríos que nacieron conmigo y construyeron mi alma.