Tu casa suena como un tren a mediodía, zumban las avispas, cantan las cacerolas, la cascada enumera los hechos del rocío, tu risa desarrolla su trino de palmera.
La luz azul del muro conversa con la piedra, llega como un pastor silbando un telegrama y entre las dos higueras de voz verde Homero sube con zapatos sigilosos.
Sólo aquí la ciudad no tiene voz ni llanto, ni sin fin, ni sonatas, ni labios, ni bocina sino un discurso de cascada y de leones,
y tú que subes, cantas, corres, caminas, bajas, plantas, coses, cocinas, clavas, escribes, vuelves, o te has ido y se sabe que comenzó el invierno.