Buen árbol que perdiste bruscamente los dones
de la flor y del fruto, bajo la racha fría:
tu pesadumbre austera se parece a la mía,
y así, como tus hojas, volarán mis canciones.
Pero, tarde o temprano, vendrá la primavera,
y, al rejuvenecerse tu tronco envejecido,
tendrás la flor y el fruto, y el follaje, y el nido...
Y yo, en cambio, no tengo tu esperanza siquiera.
Cien veces me ofreciste tu sombra en el verano;
cien veces tu perfume fue a visitar mi casa,
buen árbol que floreces mientras la vida pasa,
acaso porque ignoras que nunca pasa en vano.
Mi niñez te recuerda casi como un amigo,
aunque ya se agrietaba tu ancianidad de abuelo.
Y hoy, al ver cómo creces todavía hacia el cielo,
ni aun me queda el consuelo de envejecer contigo.
Pues, aunque nos agobian idénticos otoños,
sobre tus hojas secas crecen hojas lozanas,
y así, algún día, el viento despeinará mis canas,
trayéndome el perfume de tus nuevos retoños...