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Nadie vino a esperarme.
Yo me encogí de hombros y me eché a andar:
Soy un hombre de paso, simplemente;
soy simplemente un hombre que llega y que se va.

No conozco este pueblo,
este pequeño pueblo junto al mar:
Hoy, por primera vez, miro estas casas
con sus techos de tejas y sus muros de sal.

Pero sé que esta calle polvorienta
le da vuelta a un parque con bancos de metal,
y que frente a ese parque hay una iglesia,
y que junto a esa iglesia hay un rosal.

Yo conozco el chirrido de una verja oxidada,
y, entre tantos portales, reconozco un portal
-aquel portal de la baranda verde,
con un horcón rajado a la mitad-.

Y es que estoy en el pueblo de tus cartas de novia,
tu viejo pueblo tristemente igual,
aunque yo vine demasiado tarde,
y aunque tú ya no estás...
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