Sonríe, jardinera, si en el surco te inclinas y buscas el secreto profundo de las cosas no pienses que las rosas se afean con espinas; sino que las espinas se embellecen con rosas.
Jugué al amor contigo, con vanidad tan vana que marqué con la uña los naipes que te di. Y en ese extraño juego, donde pierde el que gana, gané tan tristemente, que te he perdido a ti.
Al referir mi viaje le fui añadiendo cosas. Cosas que sueño a veces, pero que nunca digo, y así, donde vi un yermo, juré haber visto rosas. No me culpes, muchacha, que igual hice contigo.
Yo sólo pude recordar tu nombre, tú, en cambio, recordaste cada fecha de ayer. Y aprendí que las cosas que más olvida un hombre, son las cosas que siempre recuerda una mujer.
Aquí estaba la hierba, viajero de una hora, y, cuando te hayas ido, seguirá estando aquí. Bien poco ha de importarle que la pises ahora sabiendo que mañana nacerá sobre ti.