El agua del río pasaba indolente, reflejando noches y arrastrando días… Tú, desnuda en la fresca corriente, reías…
Yo te contemplaba desde la ribera, tendido a la sombra de un árbol sonoro; y resplandecía tu áurea cabellera, desatada en el agua ligera, como un remolino de espuma de oro…
Y pasaban las nubes errantes, mientras tú te erguías bajo el sol de estío, con los blancos hombros llenos de diamantes, en la rumorosa caricia del río.
Y tú te reías… Y mirando mis manos vacías, pensé en tantas cosas que ya fueron mías, y que se me han ido, como tú te irás…
Y tendí mis brazos hacia la corriente, hacia la corriente cantarina y clara, porque tuve miedo, repentinamente, de que el agua feliz te arrastrara…
Y ya no reías… bajo el sol de estío, ni resplandecías de oro y de rocío. Y saliste corriendo del río, y llenaste mis manos vacías…
Y al sentir tu cuerpo tan cerca y tan mío, al vivir en tu amor un instante más allá del placer y del hastío, vi pasar la sombra de una nube errante, de una nube fugaz sobre el río.