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Me costaba trabajo desatar aquel nudo,
aquel viejo vestigio de una vieja ilusión,
que no sé todavía cómo pudo
enredar sus raíces sobre mi corazón.

Era un nudo tan firme,
tan imperioso y cruel,
que pensé muchas veces que al morirme
moriría con él.

Me costaba trabajo
y el tiempo se me iba
vanamente doblándolo hacia abajo
vanamente torciéndolo hacia arriba.

¡Ah, castigo final de los amantes,
que es el dolor más terco y más agudo:
doloroso castigo de las manos sangrantes
queriendo deshacer un viejo nudo!

Luchar porfiadamente,
ciegamente quizás
y comprender un día, de repente,
que al tratar de aflojarlo se apretó más y más.

Pero ahora voy cantando por la vida
despreocupadamente una canción,
aunque tengo una herida
una pequeña herida sobre mi corazón.
Y es que quizás fui rudo,
como quien ciega un pozo,
como quien parte un gajo
pero ya me dolía tanto el nudo
que lo corté de un tajo.
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