Me costaba trabajo desatar aquel nudo, aquel viejo vestigio de una vieja ilusión, que no sé todavía cómo pudo enredar sus raíces sobre mi corazón.
Era un nudo tan firme, tan imperioso y cruel, que pensé muchas veces que al morirme moriría con él.
Me costaba trabajo y el tiempo se me iba vanamente doblándolo hacia abajo vanamente torciéndolo hacia arriba.
¡Ah, castigo final de los amantes, que es el dolor más terco y más agudo: doloroso castigo de las manos sangrantes queriendo deshacer un viejo nudo!
Luchar porfiadamente, ciegamente quizás y comprender un día, de repente, que al tratar de aflojarlo se apretó más y más.
Pero ahora voy cantando por la vida despreocupadamente una canción, aunque tengo una herida una pequeña herida sobre mi corazón. Y es que quizás fui rudo, como quien ciega un pozo, como quien parte un gajo pero ya me dolía tanto el nudo que lo corté de un tajo.