El tiempo trae a mis sienes imágenes de mi huerto y de aquel blanco desierto ungido de parabienes.
Se vistió la pobre arcilla de sueño, rosa y armiño, de luna y rayo fecundo, y al volar por este mundo crujiendo cándida gloria me vienen a la memoria aquellos años de niño.
Una voz atribulada viene y va por mi recuerdo preguntando si me acuerdo de aquella infancia pasada, de aquella suerte cebada en una planta tan leve de aquella infancia tan breve que por tan breve y tan fría más que infancia parecía vejez de luto y de nieve.
¿Que si me acuerdo? Podría olvidar el tiempo aquel, aquel tiempo todo hiel todo hiel y luna fría, aquella niñez sombría, aquel tiempo de candor y aquella madre de amor arrodillada en el suelo mientras nevaba en su pelo con una nieve de dios.
Nieve de mi primavera arcángel anunciador de todo cuanto era flor y cuanto inocencia era.
Madre de rosa y de cera, madre de sol y de canto, con que amargo desencanto vivió muriendo en la cueva.
Su pecho lleno de pena sus ojos, sus ojos llenos de llanto. Flecha de falso cupido que hirió su noble cintura, toro de mala ventura con dos pitones de olvido.
Toro de negra suerte, dos pitones sin honor, tronchaste una rosa en flor y en la plaza de la muerte ante torero celeste.