Para alfombrar mi viaje hacia tu sombra tienen musgo de ausencia las orillas del tiempo.
¡Ah, qué rumor de árboles nocturnos en aquellas palabras, hoy ya con filos de silencio!
Y el mar, el mar de entonces y de siempre, pero que entonces era todavía más nuestro...
Ah, las últimas rosas del crepúsculo, como pudiera verlas la locura de un ciego; y aquel primer dolor de las estrellas que aún llena de rocío la fronda oscura del recuerdo...
Después, la angustia sorda de un ancla sumergida, oyendo encima de ella una risa de remos...
Y todo así, encendido de melancólicas auroras, en lo hondo de una noche que se aleja en el tiempo...