En el áureo esplendor de la mañana, viendo crecer la enredadera verde, mi alegría no sabe lo que pierde y mi dolor no sabe lo que gana. Yo fui una vez como ese pozo oscuro, y fui como la forma de esa nube, como ese gajo verde que ahora sube mientras su sombra baja por el muro. La vida entonces era diferente, y, en mi claro alborozo matutino, yo era como la rueda de un molino que finge darle impulso a la corriente. Pero la vida es una cosa vaga, y el corazón va desconfiando de ella, como cuando miramos una estrella, sin saber si se enciende o si se apaga. Mi corazón, en tránsito de fuego, ardió de llama en llama, pero en vano, porque fue un ciego que extendió la mano y sólo halló la mano de otro ciego. Y ahora estoy acodado en la ventana, y mi dolor no sabe lo que pierde ni mi alegría sabe lo que gana, viendo crecer la enredadera verde en el áureo esplendor de la mañana.