He buscado en mi corazón el instinto de la simiente, en la última profundidad del deseo y de la vida y ahora extiendo los brazos en la sombra desorientadamente igual que un forastero en una ciudad desconocida.
Nada sé de mi espanto, ni de mi dolor, ni de mi esperanza. Nadie logra saber nunca su propio secreto. Y siempre esta ansiedad de lo que no existe o no se alcanza, y esta miserable verdad que hace crujir el esqueleto.
No. Os digo que nadie sabe nada de su propia alegría Pero el ensueño es el acercamiento de lo lejano; y si es triste el ademán de una mano vacía aún es más triste no atreverse a extender la mano.