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Tu boca jugosa y fragante.
Su risa coqueta reía.
Tan fresca la risa fluía,
que su agua la fuente sonante
por ti detenía...

Tu boca reía... tu boca,
que tiene humedad de ambrosía,
que tanto promete y provoca:
Tu boca de miel y armonía,
reía...

Y vino una abeja dorada,
de mieles ansiosa,
y quiso, creyéndola rosa,
posarse en tu boca encarnada,
fragante y jugosa...

Y en tanto la abeja volaba
buscando la miel de la rosa,
riendo una risa nerviosa,
tu boca el ataque esquivaba
medrosa...

Tu boca reía y gemía
de angustia. La abeja de oro,
en pos de la rosa que huía,
ritmaba su vuelo sonoro.

Y, al cabo, la abeja
posóse en tu boca riente:
Tu risa fue grito doliente,
fue queja...
Decidme, señora, si es justa
la cólera vuestra;
decir si merezco esta adusta
mirada que ira demuestra.

Al ver vuestro aprieto, un instante,
quedóse mi mente perpleja:
¡No había manera galante
de darle muerte a la abeja!

Verdad que os besé; pero en eso
no hay sombra de culpa:
Matar una abeja de un beso,
tal beso disculpa.

No fue, mi señora, osadía,
besar vuestros labios, rosados:
La abeja me hirió en su agonía:
Miradme los labios hinchados.

Cierto es que bendigo
a la abeja traidora,
mas, ved cuánto sufro, en castigo
de haberos besado, señora.
Reíd vuestra risa nerviosa,
reíd vuestra risa coqueta;
que ría la boca jugosa,
que ría la húmeda rosa
que adora el poeta...

Reíd y pensad un instante
si el beso una injuria refleja:
¿Había otro modo galante
de darle muerte a la abeja?
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