Yo he visto perlas claras de inimitable encanto, de esas que no se tocan por temor a romperlas; pero sólo en tu cuello pudieron valer tanto las burbujas de nieve de tu collar de perlas.
Y más, aquella noche de amor satisfecho, del amor que eterniza lo fugaz de las cosas, cuando fuiste un camino que comenzó en mi lecho y el rubor te cubría como un manto de rosas.
Yo acaricié tus perlas sin desprender su broche, y las vi como nadie nunca más podrá verlas, pues te tuve en mis brazos, al fin, aquella noche, vestida solamente con tu collar de perlas.