Todo aquel artificio de que antaño hice gala, ya no inquieta mi anhelo, cada día más puro: tras la ciencia del trino vino el golpe del ala; bajo el frágil follaje cuando el fruto maduro.
Abrí surcos de arena en un gesto de audacia, con el gesto de un río que logró ser torrente; 1 y hoy se yergue en mis surcos una espiga de gracia, y el torrente se aquieta con ternuras de fuente.
Y es que al cabo nutro de la savia divina, y ya sé lo que valen la raíz y la fronda, porque he visto que un árbol poco a poco se empina, y, a medida que crece, su raíz es más honda.
Y por eso en las brisas ya no fluye mi trino, pues mis alas prefieren abarcar más distancia: y, a manera de un árbol en mitad de un camino, doy a todos un poco de quietud y fragancia.
Si los vientos sacuden mi verdor, no me inmuto. Si algún hacha me quiere derribar, no me asombra. Y hundo más mis raíces, para así dar más fruto, y alzo más mis ramajes, para así dar más sombra.