Señor, yo no soy digna siquiera de rogarte: mi corazón ignora la palabra del arte. Sólo vengo a decirte que no me han comprendido, porque los hombres hablan con el orgullo herido.
Cubren con bellas frases su más ****** deseo, que a veces me turbaron, pero que ya no creo. Sin embargo, a los dos me di con alegría. Lo comprendo, Señor: ¡toda la culpa es mía!
En los brazos de uno me entregué plenamente, y en los del otro... ¿Sabes lo que una mujer siente? Pregúntale a la Virgen, cuando ella era mujer, todo lo que nosotras llegamos a querer.
Perdóname la audacia, pero aquella María, no supo del abrazo viril que me rendía. No miró aquellos ojos fijos en mi hermosura, como dedos ardientes sobre mi carne impura.
Y no tembló aquel canto de amor en sus oídos que pudo abrir en músicas la flor de mis sentidos. Tú también sabes que el hombre se acerca a la mujer, ebrio por la promesa de su propio placer.
Pero la mujer llora, se resiste, Señor, y cuando al fin se ofrece, sueña con el amor. Pues, mientras en el hombre la vida se hace fuerte, la mujer se desmaya con un poco de muerte.
Quizás tuve un amante que me sedujo un día, ¡tan malo que, por eso, me gusta todavía!