Yo he besado el capullo de tu boca jugosa, y he bebido en tus besos mieles espirituales, con toda la liturgia de los viejos misales y el arrebato que era mi ansiedad voluptuosa.
La caricia divina fue al cabo dolorosa, que se hicieron incendio los paganos rituales, y vi en tus ojos claros llamaradas sensuales, y sentí de tu carne la llamada imperiosa.
Y la onda suprema de un estremecimiento tremó en el nácar tibio de tu cutis fragante, y una llama invisible caldeó tu puro aliento.
Y sobre tus espaldas vi enroscado un instante el látigo, tan ***** como un remordimiento, que restalló en los aires la Lujuria, triunfante!