Yo soy aquel que vio pasar su entierro y se unió al llanto de la comitiva, con cuerpo en libertad y alma cautiva, dueño de Dios y esclavo de mi perro.
Yo soy aquel de las canciones vanas, con vivo afán y con palabras muertas, que por querer abrir todas las puertas se fue cerrando todas las ventanas.
Aquel que tuvo su éxtasis de luna y su desfallecer de atardeceres y quiso amar a todas las mujeres, y amándolas a todas quizás no amó a ninguna.
Yo soy aquel, ni grande ni pequeño, de boca en fiesta y corazón en luto, que corta un árbol para coger un fruto y luego olvida el fruto para soñar un sueño…
Yo soy aquel de la sonrisa extraña, que, para sonreír sin amargura, vio la montaña desde la llanura y la llanura desde la montaña.
Yo soy aquel, que para ser más fuerte, amó la indiferencia del que olvida: viví mi libro y escribí mi vida, y el resto -poca cosa- se lo dejo a la muerte.