Cual hieráticos bardos prisioneros, los álamos de sangre se han dormido. Rumian arias de yerba al sol caído, las greyes de Belén en los oteros. El anciano pastor, a los postreros martirios de la luz, estremecido, en sus pascuales ojos ha cogido una casta manada de luceros. Labrado en orfandad baja al instante con rumores de entierro, al campo orante; y se otoñan de sombra las esquilas. Supervive el azul urdido en hierro, y en él, amortajadas las pupilas, traza su aullido pastoral un perro.