Sin haberlo advertido jamás, exceso por turismo y sin agencias de pecho en pecho hacia la madre unánime.
Hasta París ahora vengo a ser hijo. Escucha, Hombre, en verdad te digo que eres el Hijo Eterno, pues para ser hermano tus brazos son escasamente iguales y tu malicia para ser padre, es mucha.
La talla de mi madre moviéndome por índole de movimiento, y poniéndome serio, me llega exactamente al corazón: pesando cuanto cayera de vuelo con mis tristes abuelos, mi madre me oye en diámetro callándose en altura.
Mi metro está midiendo ya dos metros, mis huesos concuerdan en género y en número y el verbo encarnado habita entre nosotros y el verbo encarnado habita, al hundirme en el baño, un alto grado de perfección.