Era un vampiro que sorbía agua por las noches y por las madrugadas al mediodía y en la cena.
Era abstemio de sangre y por eso el bochorno de los otros vampiros y de las vampiresas.
Contra viento y marea se propuso fundar una bandada de vampiros anónimos, hizo campaña bajo la menguante, bajo la llena y la creciente sus modestas pancartas proclamaban, vampiros beban agua la sangre trae cáncer.
Es claro los quirópteros reunidos en su ágora de sombras opinaron que eso era inaudito, aquel loco aquel alucinado podía convencer a los vampiros flojos, esos que liban boldo tras la sangre.
De modo que una noche con nubes de tormenta, cinco vampiros fuertes sedientos de hematíes, plaquetas, leucocitos, rodearon al chiflado, al insurrecto, y acabaron con él y su imprudencia.
Cuando por fin la luna pudo asomarse vio allá abajo el pobre cuerpo del vampiro anónimo, con cinco heridas que manaban, formando un gran charco de agua, lo que no pudo ver la luna fue que los cinco ejecutores se refugiaban en un árbol y a su pesar reconocían que aquello no sabía mal.
Desde esa noche que fue histórica ni los vampiros, ni las vampiresas, chupan más sangre, resolvieron por unanimidad pasarse al agua.
Como suele ocurrir en estos casos el singular vampiro anónimo es venerado como un mártir.