Lento en el alba un joven que han gastado la larga reflexión y las avaras vigilias considera ensimismado los insomnes braseros y alquitaras.
Sabe que el oro, ese Proteo, acecha bajo cualquier azar, como el destino; sabe que está en el polvo del camino, en el arco, en el brazo y en la flecha.
En su oscura visión de un ser secreto que se oculta en el astro y en el lodo, late aquel otro sueño de que todo es agua, que vio Tales de Mileto.
Otra visión habrá; la de un eterno Dios cuya ubicua faz es cada cosa, que explicará el geométrico Spinoza en un libro más arduo que el Averno…
En los vastos confines orientales del azul palidecen los planetas, el alquimista piensa en las secretas leyes que unen planetas y metales.
Y mientras cree tocar enardecido el oro aquel que matará la Muerte, Dios, que sabe de alquimia, lo convierte en polvo, en nadie, en nada y en olvido.