En busca de la tarde fui apurando en vano las calles. Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra. Con fino bruñimiento de caoba la tarde entera se había remansado en la plaza, serena y sazonada, bienhechora y sutil como una lámpara, clara como una frente, grave como un ademán de hombre enlutado. Todo sentir se aquieta bajo la absolución de los árboles -jacarandás, acacias- cuyas piadosas curvas atenúan la rigidez de la imposible estatua y en cuya red se exalta la gloria de las luces equidistantes del leve azul y de la tierra rojiza. ¡Qué bien se ve la tarde desde el fácil sosiego de los bancos! Abajo el puerto anhela latitudes lejanas y la honda plaza igualadora de almas se abre como la muerte, como el sueño.