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Señor Rasch Isla, vuestro verbo es
en este duelo lírico y sutil,
un puñal florentino y señoril
para el bajo garrote montañés.

¿A qué abajar el estro, si los tres
contendores son gente del redil,
y a vuestra Musa ni con otros mil
de la su laya lléganle a los pies?

A la verdad señor que hacéis muy mal.
Se os puede perdonar en el ojal
el uso rastacuero del clavel;

mas dejar el Olimpo sin razón,
por zurrar tres poetas del montón,
¡es algo imperdonable, don Miguel!
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