Lo que sopló el tifón contra la roca,
lo que aventó el simún contra la duna,
lo que el viento esparció por la ensenada,
no penetró en la bicoca.
Ni el odio soterraño. Ni la envidia bajuna,
ni la ambición acezante, de embaïdor atuendo,
ni el logrero además, al sesgo, sinuöso,
penetró en la bicoca.
Ni la saña virulenta (no la iracundia hiendo,
no transito la insidia: vuelo ingrávido);
ni pueril amargura (nútrome de inasibles)
penetró en la bicoca.
Lo que vozna o que grazna, rahez, ávido;
lo que repta, serpea, húmido, yerto;
lo que exhibe su pus o su laceria,
no penetró en la bicoca.
Prometeo y su buitre, ni Jesús en el huerto,
(Job non me peta: ¡oh gafo Jeremías!)
ni la nenia (el dolor me topó estoico)
penetró en la bicoca.
Platino de las noches, similor de los días;
cobre de los crepúsculos; la hecha cuotidiana;
la gris tragedia fonje que desuela o inunda,
no penetró en la bicoca.
Ni, plácido, el frescor lustral de la mañana
al espíritu libre del inútil pequeño
mester, y ni la tarde sin menester minúsculo,
penetró en la bicoca.
Ni la noche del fértil sueño; ni el tras-sueño
-hórrido amanecer para absurdos oficios-
de la aventura lauta sin la próxima angustia,
penetró en la bicoca.
Libertad ni Ocio próvido ni Holganza… (ásperas sicios
sin Moisés aqüifice cuando la roca toca…)
(¿tú quoque jeremítico?) La palinodia imbele
no penetro en la bicoca.
Lo que sopló el tifón contra la roca,
lo que aventó el simún contra la duna,
lo que el viento esparció por la ensenada,
no penetró en la bicoca.