Riegan nuestro jardín. Huele a violetas aún. En el renovado laurel, el gorrión inicia la Marsellesa. ¡Oh, qué delicia, amigo, ser poetas y esperar, como a un dios, a abril florido!
¡Trueque de almas y de cielos! En los huevos del nido del corazón, a la serena luz templada, sentimos un moverse de polluelos, entre un olor a lirio apetecido y a rosa deseada.
¡Corazón perenal, laurel sin nombre, blando sol del alma: Viva la hora venidera!
... Bajo el arco que, afuera, nos pone el agua azul de primavera, la nidada, por dentro, está piando.