Se paraba la rueda de la noche... Vagos ánjeles malvas apagaban las verdes estrellas.
Una cinta tranquila de suaves violetas abrazaba amorosa a la pálida tierra.
Suspiraban las flores al salir de su ensueño, embriagando el rocío de esencias.
Y en la fresca orilla de helechos rosados, como dos almas perlas, descansaban dormidas nuestras dos inocencias -¡oh que abrazo tan blanco y tan puro!- de retorno a las tierras eternas.