Allá en el fondo
de mi biblioteca,
el sol de última hora, que confunde
mis colores en luz clara y divina,
acaricia mis libros, dulcemente.
¡Qué clara compañía
la suya; cómo agranda
la estancia, y la convierte, llena,
en valle, en cielo -¡Andalucía!-,
en infancia, en amor!
Igual que un niño, como un perro,
anda de libro en libro,
haciendo lo que quiere...
Cuando, de pronto, yo lo miro,
se para, y me contempla largamente,
con música divina, con ladrido amistoso, con fresco balbuceo...
Luego, se va apagando...
La luz divina y pura
es color otra vez, y solo, y mío.
Y lo que siento oscuro
es mi alma, igual que
si se hubiera quedado nuevamente
sin su valle y su cielo -¡Andalucía!-,
sin su infancia y su amor...