Sólo tú me acompañas, sol amigo. Como un perro de luz, lames mi lecho blanco; y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro, caída de cansancio.
¡Qué de cosas que fueron se van... más lejos todavía! Callo y sonrío, igual que un niño, dejándome lamer de ti, sol manso.
... De pronto, sol, te yergues, fiel guardián de mi fracaso, y, en una algarabía ardiente y loca, ladras a los fantasmas vanos que, mudas sombras, me amenazan desde el desierto del ocaso.