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El techo del vagón tiene un albor -¿ de dónde?-
y los turbios cristales, desvanecidos, lloran...
Fuera, entre claridades que van y vienen, hay
una conjuración de montaña y de sombra.
Los pueblos son de niebla bajo la madrugada;
es como un sueño vago de praderas humosas;
y las rocas, ¿enormes?, están sobre nosotros,
unminentes, perdidas las cimas en la hora.
No pára el tren... Tras unos cristales alumbrados,
a través de la lluvia, cansada y melancólica,
una mujer, confusa, bella, medio desnuda,
nos dice adiós...
                         -¡Adiós!
                                        El agua habla, monótona.
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