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En este instante,
ya no existen los cuerpos; son las almas
las que se ansían, las que quieren verse,
penetrarse sin fin.

                                                Y no se acaba
nunca el afán, porque el dominio
de su fuego es la órbita
del alma: el universo.

¡Dos universos
-¡oh imposible posible del amor!-
compenetrándose,
en un afán de dos eternidades!

¡Y se salen las almas abrazadas,
y se van; y se quedan
los cuerpos, separados, fríos, muertos!
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