Te veo mientras pasas sellado de granates primitivos, por el turquí completo de Moguer.
Te veo sonreír; acariciar, limpiar, equilibrar los astros desviados con embeleso cálido de amor; impulsarlos con firme suavidad a sostener la maravilla exacta de este cuartel del incesante mundo.
(No sé si eres el único o la réplica májica del único; pero, uno entre dioses descielados tú, solo entre carnes de ascensión, sin leyes que te afeen la mirada yo voy a ti porque te veo trabajando belleza desasida, en tus días sin trono, en tus noches en pie).
Te veo infatigable variando con maestría inmensamente hermosa decoraciones infinitas en el desierto oeste de la mar; te veo abrir, mudar tesoros, sin mirar que haya ojo que te mire, ¡rey del gozo en la obra sola y alta, hado inventor, ente continuador de lo áureo y lo insólito!