¡Qué confiada duermes ante mi vela, ausente de mi alma, en tu débil hermosura, y presente a mi cuerpo sin redes, que el instinto revuelve! (Te entregas cual la muerte). Tierna azucena eres, a tu campo celeste trasplantada y alegre por el sueño solemne, que te hace aquí, imponente, tendida espada fuerte.