Todas las frutas eran de su cuerpo, las flores todas, de su alma. Y venía, y venía entre las hojas verdes, rojas, cobres, por los caminos todos de cuyo fin con árboles desnudos pasados en su fin a otro verdor, ella había salido y eran su casa llena natural.¿Y a qué venía, a qué venía? Venía sólo a no acabar, a perseguir en sí toda la luz, a iluminar en sí toda la vida con forma verdadera y suficiente. Era lo elemental más apretado en redondez esbelta y elejida: agua y fuego con tierra y aire, cinta ideal de suma gracia, combinación y metamórfosis. Espejo de iris májico de sí, que viese lo de fuera desde fuera y desde dentro lo de dentro; la delicada y fuerte realidad de la imajen completa. Mensajera de la estación total, todo se hacía vista en ella.(Mensajera, ¡qué gloria ver para verse a sí mismo, en sí mismo, en uno mismo, en una misma, la gloria que proviene de nosotros!) Ella era esa gloria ¡y lo veía! Todo, volver a ella sola, solo, salir toda de ella.(Mensajera, tú existías. Y lo sabía yo).