La muerte es madre nuestra de las madres, nuestra madre primera que nos quiere a través de las otras madres vivas, siglo a siglo, y nunca, nunca nos olvida. Madre que va, inmortal, atesorando (para cada uno de nosotros sólo) el corazón de cada madre nuestra muerta; que está más cerca de nosotros, cuantas más madres nuestras mueren; para quien cada madre sólo es un arca de presencia que entrañar (para cada uno de nosotros sólo); madre total que nos espera como madre final, con un abrazo inmensamente abierto, que ha de cerrarse, un día, estrecho y firme, uniéndonos a todos sobre su pecho para siempre.