Noche, madre sombría, de nubes negras y relámpagos ágiles, cuyos gritos de luz al mar doblegan: Menesteroso de silencio, pido tres palmos de la orilla desolada, de donde pueda regresar sencilla, como un fuego marino, la mirada.
Nublada debo de tenerla ahora, mientras el mar castiga sus lebreles, si tú piensas la angustia de una estrella -viento del norte la desprende el oro- y yo, sin los resabios del camino, en un beso feliz, añejo vino, dulce soplo de brisa entre los labios.
En el mismo sendero son viadores un límpido crepúsculo de luna y el pájaro fugaz de la tormenta. Para un mismo viajero se divide en jornadas el camino, porque pasan la aurora y el copo del lucero vespertino en un solo sendero.
Noche, madre sombría: Cuando llegue el minuto ***** de mi borrasca, hazme sufrirlo aquí, junto a la orilla del agua amarga. Que, si me vienen ganas de llorar, quiero tener azules las ideas y en mis palabras el sonar de las mareas.