Esta noche sin luces y esta lluvia constante son para las historias de aquellos peregrinos que dejaban el lodo de sus buenos caminos, cegados por la recia tempestad del instante, y con paso más firme seguían adelante, a lucir de los nuevos joyeles matutinos.
Esta noche sin luces aguardo ante mi puerta los tres toques de aldaba que tocará un viajero, y, no obstante, podría negarle mi dinero, el calor de la alcoba o la paz de mi huerta; pero vendrá a mi casa y al corazón alerta porque siempre me busca cuando yo no lo quiero.
E iluminado por el espejo que brilla -todo un campo de luz en las horas morenas- al vaivén de las manos blancas como azucenas me contará sus historia agradable y sencilla, y a sus labios, ocultos por la barba amarilla, ha de fluir el canto mortal de las sirenas.
Ya no podré vencerle, ya no tendré la mano fuerte para arrojarle de mi casa tranquila, si apenas el relámpago ***** de su pupila le da el pequeño orgullo de llamarme su hermano, mientras retiene un poco del cielo de verano la lluvia pescadora con sus redes en fila.
Pero tú, que de nobles éxtasis te revistes, no abras nunca la puerta para dar hospedaje. Ten el oído sordo cuando ceda un ramaje bajo la taciturna pisada de los tristes, o busca el más secreto bálsamo si resistes a no probar el ímpetu fantástico del viaje.