La niña de mi lugar tiene de oro las cejas, y en la mirada, desnudas las luces de las luciérnagas.
¿Has visto pasar los barcos desde la orilla?
Recuerdan sus faros malabaristas, verdes, azules y sepia, que tu mirada trasciende la oscuridad de la niebla -y, más aún, la ilumina a punto de transparencia.
¿Has visto flechar las garzas a las nubes?
Me recuerdan si diste al aire los brazos cuando salimos de tierra, y el biombo lila del aire con tus adioses se llena.
Y si cantas -¡canta, sí!- tu voz anula mi ausencia; mástiles, jarcias y viento se confunden con tan lenta sencilla sonoridad, con tan pausada manera que no sería más claro el tañido de una estrella.
Robinsón y Simbad, naúfragos incorregibles, ¿mi queja a quién la podré confiar si no a vosotros, apenas? Que yo naufragara un día. ¡Las luces de las luciérnagas iban a licuarse todas en un hilo de agua tierna!