Se creía dueño del mundo porque latía en sus sentidos. Lo aprisionaba con su carne donde se estrellaban los siglos. Con su antorcha de juventud iluminaba los abismos.Se creía dueño del mundo: su centro fatal y divino. Lo pregonaba cada nube, cada grano de sol o trigo. Si cerraba los ojos, todo se apagaba, sin un quejido. Nada era si él lo borraba de sus ojos o sus oídos.Se creía dueño del mundo porque nunca nadie le dijo cómo las cosas hieren, baten a quien las sacó del olvido, cómo aplastan desde lo eterno a los soñadores vencidos.Se creía dueño del mundo y no era dueño de sí mismo.