Ya nadie sabía qué hacer, qué palabra decir. No quisimos romper el silencio. Entraba la luz, nos llegaba la luz. Pero nadie sabía qué hacer, qué palabra decir. Cada uno miraba sus manos, cada uno tenía sus manos mojadas de sombra.
Arriba, en la abierta ventana, de cara al poniente, seguía él mirando. Ya nadie sabía qué hacer, qué palabra decir. Nadie quiso mirarle la frente dorada donde pronto la luz, como un zumo de fruta, se haría violeta.
Cada uno miraba sus manos. Cada uno sabía que él vendría con la tarde en los ojos abiertos y en los labios, temblando, la bella palabra.
Arriba, en la abierta ventana, De cara al poniente, seguía él mirando. Y ya nadie sabía qué hacer, qué palabra decir, de qué modo anhelar, cómo hablar sin romper antes que él el divino silencio.