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No me digáis que considere el día
sólo como una ola de lo eterno.
Vendavales vendrán, por el invierno,
que me derrumbarán lo que erigía.

Serenidad me vestirá. Armonía
será mi casa. Exhausto ya tu cuerno,
Fortuna, he de escribir en mi cuaderno:
«Era ilusión tras de lo que corría.»

«Razón teníais», os diré. Yo tuve
sinrazones. Fui libre, como nube
que cualquier viento leve la cautiva.

Hablé con vivos y con muertos.  Luego,
conmigo y con mi Dios.  Decid: «Va ciego.»
Pero dejadme, por favor, que viva.
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