Se asomó a aquellas aguas de piedra. Se vio inmovilizado, hecho piedra. Se vio rodeado de aquellos que fueron carne suya, que ya eran piedra yerta. Fue como si las horas, ya piedra, aún recordaran un estremecimiento. La piedra no sonaba. Nunca más sonaría. No podía siquiera recordar los sonidos, acariciar, guardar, consolar... Se asomó al borde mudo de aquel mundo de piedra. Movió sus manos y gritó de espanto. Y aquel sueño de piedra no palpitó. La voz no resonó en aquel relámpago de piedra. Fue imposible acercarse a la espuma de piedra, a los cuerpos de piedra helada. Fue imposible darles calor y amor. Reflejado en la piedra rozó con sus pestañas aquellos otros cuerpos. Con sus pestañas, lo único vivo entre tanta muerte, rozó el mundo de piedra. El prodigio debía realizarse. La vida estallaría ahora, libertaría seres, aguas, nubes, de piedra. Esperó, como un árbol su primavera, como un corazón su amor. Allí sigue esperando.