Desde que te llamo así, por mi nombre, ya nunca me eres extraño. Infinitamente ajeno, remoto tú, hasta en la playa, -que te acercas, alejándote apenas llegas-, tú eres absoluto entimismado. Pero tengo aquí en el alma tu nombre, mío. Es el cabo de una invisible cadena que se termina en tu indómita belleza de desmandado. Te liga a mí, aunque no quieras. Si te nombro, soy tu amo de un segundo. ¡Qué milagro! Tus desazones de espuma, abandonan sus caballos de verdes grupas ligeras, se amansan, cuando te llamo lo que me eres: Contemplado. Obra, sutil, el encanto divino del cristianar. Y aquí en este nombre rompe mansamente tu arrebato, aquí, en sus letras -arenas-, como en playa que te hago. Tú no sabes, solitario, -sacramento del nombrar- cuando te nombro, todo lo cerca que estamos.