¡Tantos que van abriéndose, jardines,
celestes, y en el agua!
Por el azul, espumas, nubecillas,
¡tantas corolas blancas!
Presente, este vergel, ¿de dónde brota,
si anoche aquí no estaba?
Antes que llegue el día, labradora,
la aurora se levanta,
y empieza su quehacer: urdir futuros.
Estrellas rezagadas.
las luces que aún recoge por los cielos
por el mar va a sembrarlas.
Nacen con el albor olas y nubes.
¡Primavera, qué rápida!
Esa apenas capullo -nube-, en rosa,
en oro, en gloria, estalla.
Blancas vislumbres, flores fugacísimas
florecen por las campas
de otro azul. Si una espuma se deshoja,
-pétalos por la playa-,
se abren mil; que el rosal de donde suben
es rosal que no acaba.
De esplendores corona el mediodía
el trabajo del alba.
Ya se ve en brillo, en ola, en pompa, en nube
la cosecha granada.
Una estación se abrevia: es una hora.
Lo que la tierra tarda
tanto en llevar a tallos impacientes
lo trae una mañana.
¿La aurora? Es la frecuente, la celeste,
primavera diaria;
por el azul, sin esperar abriles,
sus abriles desata.
¿De dónde su poder, el velocísimo
impulso de su savia?
Obediencia. A la luz. Pura obediencia,
ella, en su cenit, manda.
Espacios a su seña se oscurecen,
a su seña se aclaran.
El mar no cría cosa que dé sombra;
para la luz se guarda.
Y ella le cubre su verdad de mitos:
la luz, eterna magia.