Con ánimo de hablarle en confianza de su piedad entré en el templo un día, donde Cristo en la cruz resplandecía con el perdón de quien le mira alcanza.
Y aunque la fe, el amor y la esperanza a la lengua pusieron osadía, acordéme que fue por culpa mía y quisiera de mí tomar venganza.
Ya me volvía sin decirle nada y como vi la llaga del costado, paróse el alma en lágrimas bañada.
Hablé, lloré y entré por aquel lado, porque no tiene Dios puerta cerrada al corazón contrito y humillado.