A mano amada, cuando la noche impone su costumbre de insomnio y convierte cada minuto en el aniversario de todos los sucesos de una vida;
allí, en la esquina más negra del desamparo, donde el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.
Unos empuñan tu mirada verde, otros apoyan en mi espalda el alma blanca de un lejano sueño, y con voz inaudible, con implacables labios silenciosos, ¡el olvido o la vida!, me reclaman.
Reconozco los rostros. No hurto el cuerpo.
Cierro los ojos para ver y siento que me apuñalan fría, justamente, con ese hierro viejo: la memoria.