Atrás quedaron los escombros: humeantes pedazos de tu casa, veranos incendiados, sangre seca sobre la que se ceba -último buitre- el viento.
Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia el tiempo bien llamado porvenir. Porque ninguna tierra posees, porque ninguna patria es ni será jamás la tuya, porque en ningún país puede arraigar tu corazón deshabitado.
Nunca -y es tan sencillo- podrás abrir una cancela y decir, nada más: «buen día, madre». Aunque efectivamente el día sea bueno, haya trigo en las eras y los árboles extiendan hacia ti sus fatigadas ramas, ofreciéndote frutos o sombra para que descanses.